La mayor epidemia de Asia
La miopía en el continente se ha disparado en las últimas décadas y amenaza la visión de cientos de millones de personas. El problema es el nuevo estilo de vida.
"Nos dimos cuenta de que cada
vez se acercaba más a la pantalla del ordenador o de la tableta, así que hemos
decidido traerla para hacerle una revisión de la vista". Los Xi, una
pareja joven de Shanghái, esperan con preocupación a que una de las especialistas
del Hospital Oftalmológico de Shanghái concluya las pruebas que la pequeña, de
cuatro años y medio, está realizando en diferentes salas del centro.
"Evidentemente, tiene miopía. No es demasiado alta todavía, pero va a
requerir gafas para corregirla", anuncia la oftalmóloga. No parece nada
grave, pero los médicos, e incluso el propio Gobierno chino, están preocupados.
La razón está en las estadísticas
que indican que la pequeña Xi es solo una de muchos. Muchísimos. "Las
tasas de miopía se han disparado en China en los últimos 20 años", analiza
Xu Xun, director del hospital, uno de los de referencia en el país. "Entre
el 10% y el 20% de los alumnos de Primaria comienzan los estudios con miopía y
el porcentaje aumenta al 50% para cuando acaban esa fase de su formación. Al
entrar en la universidad, nueve de cada 10 estudiantes son miopes, una tasa que
duplica la de Estados Unidos o Europa".
Lo más preocupante no es que
necesiten llevar gafas o lentillas, sino que el 20% presenta miopía magna, de
más de ocho dioptrías. Es un porcentaje que multiplica por cinco el de la media
global y los oftalmólogos temen que la mitad de ellos acabe irreversiblemente
ciego. "Es una afección que puede derivar en enfermedades graves, como el
glaucoma, la degeneración macular o el desprendimiento de retina. En
definitiva, indica que en el futuro habrá muchos más ciegos en China", sentencia
Xu. Además, la situación no parece mejorar de momento. "Cuando un niño
tiene miopía, por regla general, añade 0,75 dioptrías al año si no se toman las
medidas adecuadas. Y no se están adoptando".
El porqué de esta epidemia es
objeto de debate en los ámbitos médico y social. Xu solo descarta una
posibilidad. "Los estudios realizados y el análisis de las estadísticas
demuestran que no es genético", afirma. En primer lugar, porque es un
fenómeno relativamente reciente. En la década de 1960 solo el 20% de la población
china era miope. Y los cambios genéticos se dan de forma mucho más lenta. En
segundo lugar, es un problema que, aunque se ha extendido por todo el país,
afecta sobre todo al ámbito urbano. Son dos factores que reflejan un importante
problema social cuyo alcance va mucho más allá de la vista.
"La razón de esta epidemia de
miopía está en el tipo de vida que se impone a niños y jóvenes", apostilla
Xu. "Por un lado está la presión que se ejerce para que obtengan buenas
calificaciones, que impide a los niños recrearse al aire libre y con luz
natural. Por otro lado, influye la irrupción de nuevas tecnologías que exigen
una concentración continua de la vista en un punto concreto —la pantalla de
televisores y, sobre todo, de teléfonos móviles y tabletas— y que provocan una
frecuencia de parpadeo mucho menor a la normal". Son elementos que
influyen en la continua deformación del ojo y en la aparición de la miopía a
una edad temprana. Así demuestran diferentes estudios, entre ellos uno que
comprobó cómo la miopía crece
entre los chinos un 40% menos durante el verano que durante el invierno, probablemente debido a la mayor exposición al
sol durante la época estival, y otro que demostró cómo
la miopía crece de forma proporcional al tiempo que se dedica al estudio.
Las hermanas Jiang son buen ejemplo
de lo que sucede. Estas niñas de cuatro y siete años, que protagonizaron uno
de los reportajes del especial
sobre la infancia de Planeta Futuro, siguen el patrón que ha desembocado en la
situación actual: apenas salen a la calle, están desbordadas con extraescolares
que se llevan a cabo en recintos cerrados, dedican al menos una hora al día a
realizar los deberes —la media semanal en las zonas desarrolladas de China está
en 14 horas, frente a las 5 de la Unión Europea—, y son adictas a los
dispositivos móviles. Aunque siente una punzada de culpa al decirlo, su madre
reconoce que pasan más de tres horas al día consumiendo contenido audiovisual
en la tableta o la televisión. “Muchas veces les ponemos juegos educativos en
el iPad para compensar”, trata de justificarse. "El problema es que
llegamos demasiado cansados como para ponernos a jugar con ellas. Sé que no
está bien, pero no he encontrado una solución". Ambas de sus hijas llevan
ya gafas y las dioptrías crecen con rapidez.
En la escuela a la que van, en la
ciudad de Liyang —provincia oriental de Jiangsu—, los días comienzan con una
peculiar gimnasia ocular que consiste en realizar durante 10 minutos cinco
rutinas basadas en principios de la medicina tradicional china. Se supone que, si se realiza correctamente, esta
técnica obligatoria en todo el país desde la fundación en 1949 de la República
Popular sirve para reducir las posibilidades de desarrollar miopía. Xu, como
muchos otros expertos en la materia, discrepa de su utilidad. Pero, consciente
de la polémica que puede suscitar la crítica de una política estatal, se
muestra comedido. "En primer lugar, es una gimnasia que se debe hacer de
forma muy precisa, encontrando unos puntos clave muy pequeños en la cara. Por
lo tanto, es muy posible que los niños no la realicen correctamente. Por otro
lado, no hay evidencia científica de que funcione más allá de relajar la
vista".
Algunos colegios experimentales han
puesto en marcha otras iniciativas, como
la construcción de aulas con techos y paredes traslúcidos para permitir que penetre la luz natural y así se reduzca la incidencia
de la miopía. Aunque todavía no se ha demostrado que la medida funcione, Xu ya
avanza que no es práctica. "No solo resulta imposible de reproducir en la
mayoría de las ciudades, también sería extremadamente caro extender esta medida
por todo el país". Así, el director del hospital reconoce que la solución
no es sencilla. "Puede que ni siquiera la haya".
Él mismo es un buen ejemplo de lo
difícil que resulta lograr avances en la materia. "Yo tengo 56 años y ni
siquiera necesito gafas. Crecí con otro estilo de vida. Era el tiempo de la
Revolución Cultural, así que apenas estudiábamos y nos pasábamos el día en la
calle. Tuve suerte porque pude presentarme al gaokao —el examen de selectividad chino— en
1978 y acceder a la universidad. A esa edad mis ojos, como los de mi mujer, ya
estaban casi completamente formados. Sin embargo, nuestro hijo tenía ya dos
dioptrías cuando se matriculó en el instituto y salió de la universidad con
cinco". Xu admite que, a pesar de conocer las consecuencias, él no ha
podido sustraerse a la exigencia de magníficos resultados académicos que
caracteriza a los padres del gigante asiático. "China es un país
extremadamente competitivo en el que no se puede escapar al nuevo estilo de
vida si se quiere tener cierto éxito en la sociedad".
Xu aplaude la iniciativa del
Gobierno, que ha comenzado a exigir a los centros educativos que organicen al
menos 60 minutos semanales de actividades al aire libre. En Shanghái, de forma
experimental, ese tiempo se ha aumentado desde el pasado mes de septiembre
hasta los 80 minutos en diferentes centros, de forma que se podrá estudiar el
impacto que ese período extra tiene en el rendimiento escolar. "El problema
es que los padres no quieren ni que se dediquen 20 minutos y los profesores se
resisten a que sean más de 40 porque tienen la responsabilidad de cuidar de los
críos durante ese tiempo. Así que todo el mundo está descontento, porque lo
óptimo serían dos horas al día. Pero no deja de ser un avance para retrasar la
aparición de la miopía", comenta el médico.
Ke Bilian, oftalmóloga del Centro
Municipal de Prevención y Tratamiento de Enfermedades Oculares de Shanghái, es
de la misma opinión. Ella forma parte del equipo que se dedica a informar y
sensibilizar sobre el problema en los centros educativos de la capital
económica de China y reconoce que la oposición de los padres a que sus hijos
jueguen o hagan ejercicio en la calle es un obstáculo importante. "No obstante,
al final hemos conseguido que el 93% de los padres en los centros
experimentales firmen su consentimiento para que los hijos estén los 80 minutos
al aire libre".
Sin duda, en esa decisión de los
progenitores pesan informes cuyas conclusiones son bastante claras. Varios
especialistas chinos, por ejemplo, han
demostrado que sumar 40 minutos de actividades al aire libre en la escuela reduce significativamente el desarrollo de
la miopía en la niñez. Y, en 2008, un
grupo de científicos estudió a diferentes alumnos chinos en Singapur y en Sidney, y
concluyó que los que vivían en Australia desarrollaban menos miopía —solo un 3%
frente al 29% de los residentes en la ciudad-Estado— debido al hecho de que
pasaban mucho más tiempo al aire libre.
Desafortunadamente, la epidemia de
la miopía no es exclusiva de China. Aunque es en el país de Mao donde su
progresión es más rápida, otros países del entorno sufren un problema similar.
Es la capital de Corea del Sur, Seúl, la que encabeza el índice de jóvenes —de
20 años o menos— miopes con una incidencia del 96%. Le siguen las ciudades de Japón
y de Taiwán, con niveles superiores al 85%, y Singapur está en un 82%. "El
problema es que no conocemos todavía el efecto que va a tener en estos jóvenes
el uso continuado de dispositivos móviles, pero todo apunta a que no va a ser
positivo", avanza Xu. "Y lo mismo sucede en Occidente, donde los
niveles de miopía todavía son menores pero también crecen constantemente. La
gente le resta importancia, pero tiene mucha", sentencia.
AUTOR:
Zigor Aldama para EL PAIS
FUENTE:
http://elpais.com/elpais/2017/01/27/planeta_futuro/1485533217_520897.html
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